Para ellos es una reforma.
Para mi es la destrucción del departamento de al lado, donde quedó el recuerdo
de una vecina y de medianeras poco definidas.
Ha pasado. Ahora son
martillazos y chirridos de tornos gigantes que se meten por todos lados.
Cortadoras feroces, gritos. Una invasión, una escalada de bronca contenida que
se suelta en casa y en el espionaje sin fin ¿No me estarán cagando? ¿Cómo será después?
Los conozco, son el legado
de aquella vecina, son del barrio también. Pero la destrucción saca las cosas
de lugar.
Los obreros entran y
salen, o bajan la cabeza, o se ríen, o que será que hablan cuando termino de
pasar en un idioma dentro de un idioma que el capitalismo, que no para de
pegotearse con sonrisa semigarca, transforma en la lengua de las espaldas de la
construcción. Sólo las espaldas.
A veces odio su canto entreverado
de barullo, me echa de casa. Los imagino conspirando en el ruido.
Hasta que descansan. ¡Y Chega de parabólica paranoica! Es trabajo, no es
personal.
Los escucho reírse con una
inocencia que desencaja. Escucho un pasado también. Diálogos íntimos. Es eso.
Escucho un pasado también, y me divierte.